Fuera del neoliberalismo hay salvación?

2000-08-08 00:00:00

El avance tecnológico actual, como expresión de la riqueza, pone en evidencia la distancia entre la minoría
privilegiada y la mayoría de la población que, en Brasil, no dispone de red de aguas servidas, instalaciones
sanitarias, asistencia de salud o educación calificada. Una investigación del Gobierno Federal divulgada en
noviembre revela que fuera de la escuela hay cerca de 2.7 millones de niños entre 7 y 14 años. He aquí la
paradoja: aumenta la producción, y se reduce el empleo y, por lo tanto, se incrementa la pobreza.

La Volkswagen de San Bernardo del Campo empleaba, en 1980, cerca de 40 mil trabajadores y producía menos
de 1000 vehículos cada día. Hoy emplea poco más de 20 mil y fabrica, por día, cerca de 1.200 vehículos. En
Milán, la Benetton inauguró un sistema computarizado de confección de tejidos que significó el despido de 3.000
empleados. Hace días, el empresario Antonio Ermírio de Morais admitió que, en los últimos 10 años, la
Votorantim redujo sus empleados de 62 mil a 40 mil.

El miedo al desempleo es el principal factor de inestabilidad emocional de numerosos ejecutivos. Muchos son
atrapados por el estrés, la hipertensión, por problemas cardiacos. Algunos se deslizan hacia el alcoholismo y las
drogas.

Los sistemas productivo y financiero son globalizados, el distributivo se va estrechando. Hay cada vez más
mercados para menos consumidores. La habilidad está en reducir el precio de las mercancías, volviéndolas más
competitivas, como hacen los chinos. En el precio barato de un producto, están comprimidos salarios irrisorios,
horas extras sin pago, derechos laborales violados. Los EE.UU. aprendieron la lección e instalaron sus fábricas en
México y América Central.

Hoy, es un lujo refinado hablar de vocación, es un sueño escoger una profesión, es difícil aprender un oficio y es
una bendición obtener un empleo. Aún cuando ese empleo no corresponde al trabajo que uno quisiera hacer, a la
profesión para la cual se siente habilitado, a la vocación que cumpliría el trabajador como ser humano. Cuántos
Mozart y Einstein son boias-frias (jornaleros) o, en la punta del pirámide social, ejecutivos entregados al peligroso
deporte de acumular riquezas.

Los pobres no tienen cómo potencializar sus talentos. Y entre aquellos que disponen de capital, hay los que se
sumerjan de tal modo en el juego financiero, ávidos para expandir sus negocios, que en ello consumen la salud, la
vida familiar, la alegría de vivir y el don de crear.

Henry Ford consideraba al hombre "un animal perezoso". Exceptuando el mismo, claro. Así, creó el verticalismo
en el proceso productivo. Ahora, la terciarización introduce el post-fordismo. El hombre es un animal
fragmentado. La pulverización de los servicios vuelve al trabajador extraño, no solo a lo que produce, sino al
propio proceso productivo. Esto mina la conciencia de categoría profesional y la estructura sindical. El
neoliberalismo lanza al asalariado a una red anodina y anónima que le niega el mínimo de dignidad como
profesional y reduce sus derechos. Marx quedaría sorprendido: las clases sociales son eliminadas, no porque se
acabaron las desigualdades, sino por la atomización de la conciencia que no alcanza las macro-estructuras. La
fragmentación solo divisa las partes, nunca el todo.

Economía viene del griego oikos, habitat, casa - el modo de dirigir bienes y servicios imprescindibles a la vida
humana. Hoy, ella ignora lo humano y se centra en la acumulación del capital. El mercado es exaltado como único
mecanismo capaz de hacer funcionar la economía. El Estado del bienestar social es tan repudiado como el Estado
absoluto de las monarquías, y el Estado síndico del socialismo. El mercado desempeña, incluso, una función
epistémica. Se yergue como nuevo sujeto absoluto que se legitima por su lógica perversa de expansión de las
mercancías, concentración de la riqueza y exclusión de los desfavorecidos.

El Estado, antiguamente encarado como agente social, se convierte en el Gran Leviatán*. Los políticos, aún
cuando de boca para fuera proclaman que el Estado no puede abstraerse de sus funciones sociales, tratan de
desmantelarlo. Los daños de los autos y las privatizaciones tienen algo en común.

La crisis de modernidad trae en su vientre la crisis del proyecto libertario forjado por la propia modernidad. La
idea de liberación, hija querida del Iluminismo, hoy es execrada como diabólica. Las revoluciones inglesa,
americana y francesa son confinadas a los libros de Historia. Y si aún merecen atención, es porque tienen
asegurados la emancipación de la burguesía y el quiebre de la monarquía absoluta. Ahora que el socialismo real se
desmoronó, la utopía de una sociedad igualitaria es abominada. Marx exclamaba: "Proletarios de todo el mundo,
uníos!". Pero fueron los burgueses quienes lograron responder al llamado. Ya no hay capital sin conexión
internacional.

La propuesta ética de que esta riqueza debe servir a la felicidad de todos los pobres de la Tierra es
asombrosamente anatemizada. La riqueza es para exaltar a sus poseedores, aunque la miseria se expanda como
un cáncer que corroe el tejido de la familia humana. Vean la mansión de US$ 60 millones de Bill Gates! Es el
"horror económico", según la expresión de Viviane Forrester.

De cara a este panorama, a los sectores progresistas -partidos, sindicatos, movimientos populares- no basta
denunciar y soñar. Es necesario que presenten alternativas viables, factibles, innovadoras, pues, dentro del
neoliberalismo, el cielo está al alcance de una minoría, en tanto que la clase media, condenada al purgatorio, aún
cree que escapará al infierno que consume la mayoría.

*Leviatán: monstruo marino del caos.