Grito Latinoamericano de los excluidos 1999

2000-08-08 00:00:00

En su desgarramiento, el grito es un testimonio que intenta ser comunicación. En América Latina y el Caribe gritan hoy millones
de seres humanos que no constituyen una masa; son personas y grupos:

desempleados
trabajadores del campo y la ciudad
campesinos
jóvenes y estudiantes
mujeres
indígenas
afroamericanos
creyentes religiosos
ecologistas
luchadores por derechos humanos
luchadores por un régimen de vida democrático

Gritan para mostrar su identidad de humanidad excluida. Relaciones sociales fundadas en la explotación, en el racismo, en la
dominación masculina y patriarcal, en el etnocentrismo, en la idolatría, en la búsqueda febril de la ganancia a corto plazo que
ignora las necesidades de reproducción de la Naturaleza, en el logro de la sumisión mediante la violencia, en gobernar con el
engaño, son prácticas que configuran múltiples y entrecruzadas formas de discriminación y exclusión humanas.

Estas prácticas de exclusión son parte de la historia latinoamericana y caribeña. Las economías/sociedades de esta región fueron
construidas sobre el genocidio y etnocidio de los pueblos originarios de América y sobre el trabajo esclavo de los
afroamericanos y de los pobres. Su agricultura latifundaria y señorial arrinconó y humilló a los campesinos y envileció al peón
agrario. Su capitalismo dependiente se construyó sobre la base de la superexplotación, precarización y segmentación de los
trabajadores. El mestizaje cultural fue invisibilizado bajo el dominio de la metrópoli, lo blanco y lo occidental. La tiranía
generacional y de género, volatilizada por ideologías naturalizadas sobre la superioridad del adulto y del varón. La idolatría se
cubrió con mantos eclesiales y autoritarios. La reproducción del dominio despótico de minorías recurrió al militarismo o a las
falsas instituciones democráticas que operan sin extender ni amparar integralmente a la ciudadanía. Sociedades/economías que
condenan a sus mayorías al desempleo, a la miseria, a la desinformación, a la indignidad y a la muerte, son realidades que violan
sistemáticamente los derechos humanos. Contra estas realidades históricas testimonia el ronco grito latinoamericano de los
excluidos.

Este grito/denuncia es hoy todavía más urgente. La realidad histórica de la discriminación y la ofensa se ha visto acentuada en
los últimos veinte años por los procesos de globalización neoliberal que traspasan a nuestros pueblos y sociedades. El
neoliberalismo no ha creado la discriminación en América Latina y el Caribe (ella es un efecto estructural, internacional e interno),
pero la refuerza y la conduce casi al límite. Para la ortodoxia neoliberal, el empobrecido, el sin poder, es culpable. Culpable de no
ser eficiente ni competitivo para el mercado. Y el mercado es todo. Existen mercados económicos, fabriles, financieros y agrarios,
mercados sexuales, mercados matrimoniales, mercados para jóvenes, mercados religiosos, mercados raciales, mercados
electorales. En relación con cualquiera de ellos y con todos desaparecen el ser humano y el ciudadano, con sus calidades y
obligaciones. Para los pueblos latinoamericanos y caribeños el tiempo del neoliberalismo es el tiempo del proveedor y del cliente,
no del ser humano ni del ciudadano. "¿Qué tienes sexual, religiosa, cultural o económicamente para insertarte en el mercado?",
pregunta la ortodoxia a los seres humanos. "¿Qué tienes para vender, cuánto tienes para comprar?" "¿Cuánto eres?"

Y se lo pregunta a millones a los que el capitalismo previamente ha empobrecido agresivamente hasta el extremo de querer hoy
arrebatarle sus sueños, sus esperanzas, sus utopías. Su grito.

El grito de los excluidos y de los pueblos latinoamericano y caribeño, desde luego, no se vende. No está en la maquinaria
antihumana neoliberal del mercado. La denuncia. La combate.

El grito dice una identidad y un reclamo. Los dice primero a los empobrecidos de todo signo y en todo el mundo. "Nosotros los
discriminados, los ofendidos, los vejados", les llama, "estamos de pie y luchando porque se escuche y se asuma nuestra
humanidad pisoteada". "Tú, humillado, tú segregado, tú ofendido, únete al movimiento de los que gritan y se organizan para que
no haya más discriminados". "Debemos ser uno".

El grito dice también su reclamo y su denuncia a los ofensores: "Tú, patrón, tú financista, tú político, tu profesional, tú religioso,
tú tecnócrata, tú indiferente, tú patriarca, tú negligente, tú insolidario: haz hecho tu imperio sobre empobrecimientos, cadáveres y
exclusiones. Tus victorias se miden por lo que matas, por la indefensión de aquellos a quienes niegas, por la ausencia del
Espíritu que crea y enriquece la Vida". "Cuando empobreces, te empobreces. Arrepiéntete. Conviértete. Materializa ya
políticamente tu expiación".

El grito de los excluidos, su marcha, sus formas de organización, no son un reclamo de los empobrecidos para que el imperio los
incorpore en su Sistema de Muerte. Es un llamado político de los pisoteados para crear las condiciones, para animar las lógicas y
para fundar las instituciones de un mundo humano y natural en el que no haya ya más empobrecidos. Una tierra fundada en la
cultura del trabajo y del reconocimiento de los diversos y plurales para que la autoestima acompañe y potencie toda acción
humana y para que la solidaridad surja del proyecto de construcción de una humanidad común.

"¡Vida en abundancia!", demanda y quiere construir el grito de los excluidos que marchan desde los campos. "¡Plenitud de
vida!", contestan los excluidos que bajan desde las montañas. "¡Un solo pueblo, una sola tierra!", demandan los jóvenes y las
mujeres y los creyentes y los desempleados e informales y pobladores que se organizan en las ciudades. "¡Un solo pueblo de
Dios, una sola humanidad que construimos entre todos!", ruge la marcha entera de los excluidos, de los empobrecidos a quienes
no se ha podido arrebatar la esperanza, de los discriminados que se dan identidad social y humana en la resistencia, en la
organización que lucha y en su proyecto de vida y luz y horizontes contra toda dominación que castra, empequeñece y mata.