Notas sobre el concepto de exclusión
La noción de exclusión remite casi de inmediato a la imagen de
poner a alguien o algo por fuera, es decir en el exterior de
nuestro ámbito y, con ello, en la situación de ser considerado y
tratado como un objeto. Esta imagen es solo en apariencia
sencilla. Contiene, por decir lo menos, la referencia a la
exclusión como un proceso. De aquí que el o lo excluido sea en
realidad el efecto de un proceso de expulsión del que nosotros
formamos parte. El excluido resulta de un efecto de tramas de
relaciones y, también, de una voluntad o lógica de exclusión.
La exclusión del excluido no depende de sí mismo, sino de
quienes lo excluyen. Esto quiere decir que alguien puede
comportarse objetivamente de una manera indeseable
(groseramente, por ejemplo), sin por ello ser puesto en el
exterior y tratado como un objeto. De hecho, cuando se reprende
el comportamiento que estimamos impropio de un niño o de un
estudiante, no solemos ponerlos afuera de nuestro proyecto
humano (o de humanidad), sino únicamente lo reprendemos o
cuestionamos desde parámetros que estimamos legítimos.
La lógica (o voluntad) de exclusión puede darse, asimismo,
respecto de algo. El señalamiento típico es la Naturaleza. La
sensibilidad moderna suele entender, y con ello posibilita
tratar, la Naturaleza como algo exterior, como un mero campo de
operaciones para las tecnologías productivas. La representación
de que formamos parte sustancial de ella y que, por tanto,
debemos cuidarla, como aspecto fundamental de nuestra
posibilidad de vida, es bastante reciente (los ecologistas eran
considerados una minoría de exagerados todavía en la década de
los setenta). Incluso hoy, en avisos pagados por agencias
internacionales a la televisión mundial, se propagandiza el
planeta como el hogar común. La intención es buena, pero
bastaría convertir hogar en casa o techo común, para advertir
que hogar no condensa, al menos en el habla coloquial, la idea
de que somos fundamental e ineludiblemente eso y que acarrea un
resabio de objetivación, es decir de poner algo definitivamente
afuera. Dicho directamente: no es lo mismo afirmar que comparto
el hogar con una liebre o una encina que reconocer que esa
liebre y esa encina son parte de mí mismo y que mi
comportamiento hacia ellas también las constituye. O sea que
encina, liebre y yo somos aspectos diferenciados de lo mismo y
nos necesitamos (exigimos) mutuamente.
Excluir contiene, por lo tanto, la voluntad de poner a alguien o
algo afuera de nosotros con la intención o manifiesta o
inconsciente de tratarlo como objeto.
Visto así, excluir no se opone frontalmente a incluir, como
parece ser la opinión de muchos. Lo contrario de la exclusión
no es una sociedad donde quepan todos. Se puede incluir a otro
y tratarlo como objeto. Se puede incluir a muchos y tratarlos
como objetos. Eso puede darse en la relación de pareja. O en
la familiaridad aparente con los hijos. O en el manejo que los
adolescentes dan a sus padres. El más visible ejemplo de
inclusión con tratamiento masivo de los otros como objetos se da
en la relación salarial (explotación capitalista). Es cierto
que en ella el obrero colabora, pero permanece siempre ajeno
(distante, fuera) del empresario y de la lógica de la
acumulación. Los obreros son un medio, u objeto, para la
acumulación de capital. Para las ganancias. Piénsese solamente
en las obreras y obreros de la maquila, tan presente en México.
Quizás convendrá, todavía, en notas tan introductorias como
éstas, examinar más de cerca la situación de inclusión
(cooperación) propuesta por la relación salarial (capital/fuerza
de trabajo). En ella, hemos señalado, se distancia a los
obreros y obreras, se les pone fuera de un proyecto de
humanización (capitalista) y se les invisibiliza como seres
humanos. En la práctica, se les revisibiliza como factores de
la acumulación, de la ganancia. En el proceso resaltan los
factores del mecanismo de exclusión: exteriorización u
objetivación, invisibilización y revisibilización. Conviene
recordar esta imagen. La lógica de la acumulación de capital
impide a los obreros darle carácter, su carácter, al proceso de
trabajo, al proceso productivo, en el que son o constituyen un
factor fundamental. Y que tiene para su vida personal,
asimismo, un significado decisivo (sin empleo, el obrero muere).
Sometidos a la organización capitalista de la producción los
obreros no pueden darle, entonces, carácter a un aspecto
constitutivo de sus existencias y de su vida.
Si exclusión, según este comentario, no se opone frontalmente a
inclusión, puesto que se puede excluir incluyendo, ¿qué es lo
contrario de exclusión?
Lo opuesto a exclusión es participación. Si se permitiera a la
obrera no solo cooperar sino también participar en el proceso
productivo, entonces ella le daría su carácter personal al
proceso de trabajo y al producto que contribuye a generar. Su
labor sería creativa. Ahora, en castellano, participación se
dice de distintas maneras, o con diverso alcance. Cuando
llueve, todos se mojan, solía decir la gente, y esto puede
traducirse como cualquiera que sale a la calle o al campo cuando
llueve participa de la mojada, aunque no se lo haya propuesto ni
ello haya figurado en su plan del día. Este es el sentido más
débil de la noción de participación. Que le toque a uno algo
sin tener arte ni parte (voluntad) en el asunto.
El segundo alcance de participación lo encontramos cuando
asistimos a una fiesta (especialmente si no nos han invitado).
En cuanto entramos al lugar, tratamos de sacar el mayor provecho
posible del evento. Bebemos y comemos, chanceamos, enamoramos a
la dueña de casa, etc. Participar quiere decir aquí sacar algo,
conseguir algo que estimamos provechoso para nosotros. En
América Latina toda la gente tiene la triste experiencia de la
participación de los partidos en el botín electoral
(administración pública).
La tercera forma corresponde a la noción fuerte de
participación. El mismo ejemplo de la fiesta sirve. A esa
fiesta podemos aportar (llevar) nuestro más sano humor, una
guitarra, nuestro sentido versificador, alegría, la voluntad de
servir y acompañar en el placer del encuentro propio de una
tarea común: la de hacer de la fiesta un goce efectivo y
compartido. Aquí participar significa hacer nuestro aporte a la
fiesta, al proyecto común, para que él sea un éxito. Podemos
traducirlo de otra manera: en esta última situación, le
entregamos (nuestro) carácter a la fiesta, le imprimimos nuestro
sello de sujetos, sin que ello signifique que nos apropiemos
(excluyentemente) de la tarea común.
Ya vemos que participar, en su sentido fuerte, quiere decir
ponerse en condiciones de aportar como sujetos a la tarea común.
Excluir, por el contrario, consiste en impedir que otros puedan
participar como sujetos en la tarea común. Tareas comunes son,
por ejemplo, construir la humanidad; para los creyentes
religiosos, avisar el Reino; para los padres y los hijos,
configurar y preservar una familia; para los vecinos, cautelar
la seguridad del barrio y controlar el buen uso de los fondos
del Municipio; para los ciudadanos, levantar un México para los
mexicanos; para estos mismos (con todos los demás seres
humanos), preservar las condiciones que permiten la reproducción
de la vida en el planeta. En cada uno de esos proyectos y
tareas (procesos) el ser humano puede poner su sello (aportar
autónomamente desde sí mismo), es decir comportarse como sujeto.
Excluir se articula, así, aunque con efectos destructivos, con
explotar, discriminar, inferiorizar, impedir, retener, etc.,
todas ellas formas diversas de dominación. La voluntad de
excluir no consiste simplemente en echar al otro afuera, sino en
una relación cuyo sentido es el de la discriminación/dominación.
Excluye, por tanto, aquello o aquel que tiene poder o capacidad
para excluir. Y lo que se excluye, todo el tiempo, es la
capacidad que tiene el otro (es decir aquel a quien se construye
socialmente como el otro) para alcanzar su estatura de sujeto.
Excluir consiste en no querer reconocer o ser incapaz de
reconocer en el otro, en el diverso, en la diversidad de la
experiencia humana, la condición (dignidad) de sujeto.
Desde luego, quien niega a otros (por determinaciones
económicas, libidinales, políticas o culturales), el
reconocimiento de su estatura de sujeto, rebaja en el mismo
movimiento su propia condición de sujeto, no alcanza su debida
estatura humana. La exclusión se muestra así como una forma
inapropiada, deshumanizada, del empleo del poder. Y como una
antiespiritualidad (o sea como una lógica que priva de vida,
como algo que, en definitiva, mata).
Para terminar esta aproximación, quizás convenga recordar una
imagen que algunos han logrado transformar en tópico. Para
ellos, en las actuales condiciones de exclusión que sufren las
economías/sociedades latinoamericanas (globalización globalista
y neoliberal), quienes hoy tienen empleo (o sea quienes de
alguna manera son funcionales para la acumulación transnacional
de capital, para los buenos negocios), son privilegiados porque
al menos no han sido excluidos. Esta percepción es profunda (y,
por sus efectos, perversamente) errónea. En primer lugar,
porque no entiende la relación de exclusión como una negación de
la condición de sujeto (antiespiritualidad) que puede demandar
la cooperación, es decir una inclusión excluyente fundada en el
dominio, la sobrerrepresión, la superexplotación y el
acallamiento. En segundo lugar, porque bloquea el análisis de
las diversas figuras y lógicas sociales que históricamente ha
asumido la exclusión en América Latina (etnocentrismo y racismo
contra los indígenas, afroamericanos y asiáticos, masculinismo y
patriarcalismo contra mujeres, jóvenes y ancianos, oligarquismo
y militarismo contra los ciudadanos y el pueblo, cientificismo y
academicismo contra el saber común, clericalismo contra los
creyentes religiosos, etc.), al reducirlas todas al actual
huracán de la globalización. Este desvío es más serio cuando
quienes pregonan estas ocurrencias son teólogos, porque entre
nosotros esas expresiones sociohistóricas de dominación
constituyen formas de idolatría y se han materializado en las
instituciones idolátricas dominantes. Y, todavía, esta imagen
invisibiliza que las actuales condiciones de labor (informal o
asalariado en América Latina) para los más empobrecidos de entre
nosotros: pobladores rurales, mujeres, afroamericanos, naciones
originarias, maquileros, están dominadas por la precariedad y la
incertidumbre, por la zozobra y las tendencias a la
configuración de circuitos de empobrecimiento sin esperanza. Y
que en esto consiste, en último término, la exclusión: en que
nos ponen (o nosotros ponemos a otros) en situaciones en las que
se pierde la esperanza, es decir la capacidad de resistir, de
organizarse y de confiar en que es posible alcanzar, todo el
tiempo, mediante testimonios y hechos de liberación, la estatura
de sujetos.
Mencionemos únicamente el efecto político inmediato más perverso
de la imagen que dice que quienes hoy tienen empleo pueden
considerarse privilegiados en relación con los excluidos,
entendidos estos últimos ideológicamente como los sin empleo, no
utilizables o desechables porque tampoco consumen
apropiadamente. Si esto fuera así, ¿en qué consistiría la
inclusión? ¿En insertarse en la sobreexplotación, en la
feminización falsa del mercado laboral, en los circuitos que
despedazan la Naturaleza, en tener acceso al mercado de
automóviles briosos, sólidos y lujosos, en consumir drogas
autodestructivas, en solazarse en los círculos de la idolatría,
del racismo, del patriarcalismo, etc.? Salta a la vista que el
reclamo político por inclusión no contiene estas demandas. Al
menos no para los sectores populares. En lenguaje de proyecto
liberador, cuando se habla de inclusión la demanda exige la
construcción de otra calidad para la existencia. De una
existencia que uno se sienta feliz de producir (autoestima). Es
decir, de que se nos permita contribuir para gestar condiciones
económicas y culturales en donde para todos y para cada quien se
hagan posibles la estatura y dignidad de sujetos (autonomía y
autoestima liberadoras y creativas).
En síntesis, incluir consiste en contribuir desde uno mismo para
que los otros sean sujetos y nos contribuyan para que alcancemos
también nuestra más plena estatura. El mercado capitalista,
aunque carece de exterior, no es incluyente de muchas y variadas
formas. Pero tampoco lo son, hoy, la familia autoritaria, las
iglesias clericales y rígidamente jerárquicas, las democracias
restrictivas o la falsa cultura de minorías. En los Evangelios,
el centro de la antihumanidad contenida en los procesos de
exclusión fue admirable y complejamente planteado mediante la
parábola del samaritano.
Guadalajara, abril, 2000.
Referencias:
Duque, José (editor). Por una sociedad donde quepan todos.
Cuarta Jornada Teológica de Cetela, CETELA/DEI, SAN JOSÉ DE
Costa Rica, 1996.
Gallardo, Helio: Habitar la tierra, A.P.D., Bogotá Colombia,
1996.
Richard, Pablo: Teología de la solidaridad en el contexto actual
de economía neoliberal de libre mercado, en El Huracán de la
Globalización (F.J. Hinkelammert, compilador), DEI, San José de
Costa Rica, 1996.