Grito de los excluidos en México
Este 15 de septiembre miles de personas salen a gritar en más de 120
municipios de 18 estados de nuestro país. Esos gritos, desde luego, no se
identifican con el hasta ahora único grito nacional, de carácter oficioso
gubernamental, que perdió su contenido original y que recordaba la
construcción de la independencia nacional, aún no acabada en México.
Los gritos se insertan en un proceso cobijado por la Campaña Continental del
Grito de los Excluidos, que en México se empezó a dinamizar el año pasado. En
el ámbito continental 150 organizaciones la han asumido, y el próximo 12 de
octubre unirán sus voces en el Grito Continental, para con ello barbechar la
tierra y dar el Grito Mundial en 200l.
Son gritos de indignación frente al empobrecimiento deseado y generado por
quienes pretenden mantener un modelo económico (y desde luego mantenerse de
él) que de suyo es generador y reproductor de exclusiones en lo económico, lo
político, lo simbólico-cultural, y también lo libidinal, como explica Helio
Gallardo, el filósofo chileno, catedrático de la Universidad de Costa Rica,
quien acompaña la iniciativa del Grito en México con sus foros y talleres.
Son esas lógicas de muerte, tan asumidas e internalizadas, las que nos animan
a salir a gritar. Más aún, en el contexto mexicano actual urge gritar para
evitar mantener el imaginario, casi generalizado, de que en México la
alternancia en el poder es ya garante de alternativas de "vida digna",
construidas desde arriba y desde afuera de la diversidad de los procesos
mismos que, de manera intensiva, están gestando una nueva manera de ser y
estar en la realidad.
Por eso mismo, la Campaña del Grito de los Excluidos no es un evento más ni
se agota en la mera demanda de cosas, sino que pretende construir otra manera
de conseguirlas y apropiárselas. Esta "otra manera" es básicamente la
"autoconstitución de sujetos" (e identidades), mediante y desde la lucha
social liberadora. El poder, por decirlo así, no se consigue, sino que va
ejerciéndose. Constituye un proceso y un despliegue de em- poderamiento no
excluyente. Lo político resulta de esta forma una acción centrada en los
procedimientos sentidos, es decir, en una acción cultural.
La movilización social que se está generando, gracias a la campaña, busca no
sólo incidir con sus acciones, sino convocar y acumular fuerzas para adquirir
una cada vez mayor capacidad de incidencia y de transformación de las
estructuras y lógicas de dominación que nos golpean.
Es importante hacer notar que el Grito puede ser entendido como un suceso que
hace presente la existencia de gente condenada a la miseria, que denuncia la
injusticia inherente a esa existencia, y que clama el final de la exclusión.
Si es así, la Campaña del Grito conduce a determinadas acciones sociales, que
inciden de manera puntual y no estructural. Pero el Grito de los Excluidos
pretende también que lo asumamos como una movilización social popular contra
las estructuras de exclusión.
La movilización se hace entonces para crear las condiciones en que todos y
todas, cualquiera que sea su condición social (anciano, niño, mujer,
indígena, obrero, campesino, empresario, profesionista, etcétera), tengan la
capacidad y necesidad de expresarse como sujetos. Una movilización de este
tipo no puede agotarse en un suceso o evento, porque, entre otras cosas,
implica una vigilancia permanente para resguardar los logros (y empujar por
más) que se vayan obteniendo en las estructuras educativas, de género,
socioeconómicas, políticas, culturales, etcétera.
Por definición, el Grito de los Excluidos debería tener la forma de una
movilización social permanente, aunque el término esté desgastado y
desacreditado, hasta el punto de excitar la burla revolucionaria.
(La Jornada, México DF., viernes 15 de septiembre del 2000)