HUÉRFANOS DE LA GLOBALIZACIÓN

2008-04-25 00:00:00

Ellos siguen por todas partes,

transitan por todos caminos y carreteras,

abren nuevos senderos y nuevos horizontes,

no pocos cayéndose perdidos y solos por las calles,

mientras otros logran convertir la fuga en búsqueda.

Ellos huyen de las tierras del hambre,

poblando de semillas las tierras del trabajo y del pan;

dejan para tras sus raíces, su familia y el suelo santo

donde están enterrados sus muertos más queridos;

llevando la memoria cargada de luchas y sueños,

unos con sus alas quebradas por vientos tempestivos,

otros todavía niños embalados por la esperanza

Ellos hacen día tras día el cruce y recruce de la frontera,

mezclan distintas monedas, distintas lenguas y distintas costumbres,

conocen distintos países, distintos rostros y distintas banderas,

pero conocen también el rechazo, la discriminación y la xenofobia,

apartados como diferentes, hostilizados como extraños.

Ellos se aventuran por el mar, por el aire y por el desierto:

en embarcaciones de papel y en travesías alucinadas

siguen seducidos y fascinados por el brillo del Primer Mundo,

dejando para tras viudas y huérfanos de maridos y padres todavía vivos.

Pero cuantas veces dejan en el agua, en el asfalto o en la arena

su utopía y su vida, su sangre y sus huesos.

Ellos son predominantemente jóvenes, pobres en su mayoría,

brazos llenos de vigor, corazón lleno de coraje y la mirada llena de fe;

huérfanos del pasado, víctimas del presente, pero artífices del futuro;

en sus huellas hay sí semillas de una historia nueva y recreada,

en sus manos hay sí piedras vivas de un nuevo edificio social,

en sus pies hay sí proyectos de una civilización solidaria.

Para la Iglesia no pueden ser extranjeros,

tampoco pueden ser vistos como un “problema”,

sino que constituyen una oportunidad de encuentro y reencuentro,

una ventana abierta al intercambio de pueblos, naciones y culturas;

indican para nosotros el camino del dialogo y de la paz,

exigencia de una ciudadanía universal sin fronteras,

signo vital del Reino de Dios.