III Foro Social Mundial en Porto Alegre. Conferencia
El reto de articular una agenda social en comunicación
Uno de los desafíos del Foro Social Mundial, en tanto proceso permanente de búsqueda y construcción de alternativas, es el de desarrollar una agenda social de cara a la comunicación. Desde el FSM 2002, ALAI, junto con otras instancias comprometidas con la democratización de la comunicación, ha venido planteando una propuesta en ese sentido, con dos preocupaciones centrales.
La primera responde al hecho que la comunicación, en tanto industria de punta y sector de especulación financiera, está en el centro del propio modelo económico que aquí se está cuestionando. Por esta misma razón, es un área donde la resistencia social y la propuesta de alternativas se vuelven estratégicas. La segunda preocupación tiene que ver con la necesidad del propio proceso de articulación social de establecer los mecanismos de intercomunicación y flujos de información que permitan construir puentes entre sectores y luchas diversas, sensibilizar a nuevos actores sociales, y también ganar espacios de opinión que hagan contrapeso a la hegemonía del pensamiento dominante.
Con la digitalización, los distintos componentes de la comunicación están cada vez más interrelacionados, entonces difícilmente se puede entender ni definir estrategias respecto a los medios, sin situarles en el contexto más amplio de la comunicación, siendo que incluso las líneas demarcatorias entre medios, redes electrónicas, la industria cultural y del entretenimiento, la del software o otras, son cada vez menos nítidas.
El desarrollo de la comunicación ha acompañado muy de cerca a los procesos de globalización, debido a la necesidad de comunicarse rompiendo las distancias y las barreras geográficas. Desde la época del telégrafo, hasta los satélites modernos, la mayoría de estas tecnologías inicialmente fueron reservadas para servir a los propósitos del poder económico, político o militar. Poco a poco, su uso se fue extendiendo e incluso generalizando. En esta ultima década, los cambios son tan acelerados que las mismas relaciones interpersonales pasan crecientemente por canales electrónicos, mientras que las noticias que nos llegan por los medios son indistintamente locales o mundiales, o, mejor dicho, pueden ser de cualquier parte del mundo, aún cuando tratan de asuntos locales. En tanto que la comunicación es cada vez más intermediada por la tecnología, se crean las condiciones para intentar institucionalizar el control sobre ella.
En la práctica, esta evolución ha significado una doble tendencia: por un lado, hay mayores oportunidades de participación en los procesos de comunicación, posibilidad que se encuentra limitada, toda vez, a quienes tienen acceso a los recursos, conocimientos y tecnologías necesarias.
Por otro lado, se va concentrando el control sobre canales y medios de comunicación. Junto con la globalización, y dado el carácter cada vez más estratégico de la comunicación, ha emergido una poderosa industria transnacional en este sector que experimenta un proceso de fusiones y de cuasi monopolización, situándose como un sector de punta de la economía globalizada. La concentración en el ámbito mediático ha tenido fuerte incidencia en el ámbito financiero especulativo, con lo cual el sentido mismo de la industria como sinónimo de producción se ha ido perdiendo. El boom bursátil de finales del siglo pasado, derivado de la sobreinversión, las exageradas expectativas y el irresponsable manejo empresarial en torno a las punto.com o los servicios de Internet móvil, seguido por una cadena de quiebres, con World Com a la cabeza, dejó en el olvido el principio de servicio público de la comunicación.
Es más, esta industria se está colocando por encima de cualquier posibilidad de control desde las instancias democráticas, hecho grave, porque esta industria ya no-solo es dueña de los canales por donde transitan los mensajes, sino que también está acaparando una porción creciente de la producción y difusión de contenidos, minando la pluralidad de fuentes y la diversidad de perspectivas. El resultado de estas tendencias es una progresiva expropiación de la facultad de los pueblos de participar en los procesos de comunicación social que dan forma a sus respectivas sociedades, con muy serias consecuencias. Pues, si no hay democracia en la comunicación, no puede haber democracia en la sociedad.
Ahora bien, si hoy tenemos una gama de opciones comunicacionales mucho mayor que en épocas pasadas, éstas están cada vez más estandarizadas y controladas por un número cada vez menor de megaempresas, cuyos intereses, en lo esencial, son convergentes tanto entre ellas como con los demás grandes sectores corporativos. Prácticamente podríamos hablar de un "consenso" implícito del mundo mediático, comparable al consenso de Washington en lo económico. En algunas situaciones críticas, esto se manifiesta de manera incluso grotesca, como en estos mismos días está ocurriendo en Venezuela, donde se ha desvanecido la disputa entre los principales canales de televisión para proyectar un discurso único, cuyas técnicas nada tienen que envidiar al lavado de cerebros.
Sociedad de Información
Una nueva dimensión de la problemática comunicacional es el discurso en torno a la “sociedad de información”, que se nos presenta como el nuevo paradigma de la sociedad de futuro. Este discurso asigna a la tecnología un rol causal en el ordenamiento social, y lo ubica como motor del desarrollo, con lo cual cualquier consideración de conflicto social quedaría relegada. Ya no serían las luchas sociales sino la tecnología la que cambiará la historia.
El próximo mes de diciembre, se realizará una nueva Cumbre de Naciones Unidas: la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de Información, cuyo tema no es, como en otras cumbres, una problemática social específica, sino, nada más y nada menos, que la sociedad que se pretende construir con el apoyo de las nuevas tecnologías de la información y comunicación. La orientación de esta Cumbre despierta mucha preocupación, pues, cuando lo urgente actualmente es debatir qué tipo de desarrollo tecnológico se requiere para responder a las necesidades sociales, la tendencia que se está imponiendo es un enfoque orientado al determinismo tecnológico. Solo así se puede explicar que la organización de la Cumbre haya sido encargada a la Unión Internacional de Telecomunicaciones, una instancia eminentemente técnica.
Algunos gobiernos, entre ellos el de Estados Unidos, proponen que la Cumbre debe conjugar dos temas centrales. Una es la seguridad en las redes electrónicas, sobre la cual se está proponiendo la firma de una convención internacional. El tema es preocupante, pues, más allá de la seguridad de los datos, puede tener implicaciones para la seguridad de las personas y el libre acceso a la información. A nombre de la lucha antiterrorista, EE.UU., ya ha tachado varias libertades civiles en su propio país, afectando el derecho a la privacidad de las comunicaciones personales, y está presionando a otros países a hacer lo mismo. Pues, a la vez que las nuevas tecnologías tienen grandes ventajas para socializar y compartir información, también pueden prestarse, con igual facilidad, a proyectos autoritarios de vigilancia y control.
El otro tema es el desarrollo de la infraestructura en los llamados países en desarrollo; pero más que nada se lo está viendo como una oportunidad para facilitar la penetración de las empresas transnacionales de telecomunicaciones en nuestros países. La agenda de las grandes corporaciones, con el afán de desarrollar el comercio electrónico global en bienes y servicios, es asegurar un marco político adecuado, que contemple entre otros la liberalización de las telecomunicaciones, la protección de los derechos de propiedad intelectual y la privacidad de las comunicaciones empresariales.
Con las tendencias actuales, el futuro de la Internet misma podría estar en juego, tema que interpela a espacios ciudadanos como éste, pues no se puede desconocer que sin Internet el FSM y las redes internacionales no serían lo que son. Conviene recordar que el carácter de espacio abierto, público y no comercial que tiene hasta ahora gran parte de la Internet se debe principalmente al hecho de que se desarrolló, luego de sus orígenes militares, sobre todo en el medio académico y de la sociedad civil. La progresiva comercialización vino luego, y, si bien ha generado una gran expectativa por el mercado potencial que implica, hasta ahora no cuajan con facilidad los proyectos comerciales en un medio donde la información fluye y se comparte libremente.
Pero no podemos dar por descontado que la Internet seguirá siendo así; es parte de la disputa de sentidos y espacios y se está constituyendo en un nuevo terreno de lucha social. Es lo que entendimos las mujeres que nos organizamos para facilitar la intercomunicación vía redes electrónicas en el contexto de la IV Conferencia Mundial de la Mujer, de Beijing. A partir de 1993, entendiendo que, más allá del evento de Naciones Unidas, era una oportunidad para ir construyendo nuestras propias redes a escala regional y mundial, planteamos que apropiarse de las nuevas tecnologías, y desarrollarlas para sus necesidades, era un reto para el empoderamiento de las mujeres.
Respuestas ciudadanas
Enfrentamos, entonces, un escenario complejo, que requiere respuestas sociales nuevas. Pero no partimos de cero. Diversos sectores preocupados por este tema han venido, desde hace varios años, afirmando que la comunicación es un derecho humano básico que sustenta los demás derechos, y un aspecto estratégico para el desarrollo de una sociedad más justa, democrática e igualitaria. En torno a estas propuestas han ido convergiendo medios alternativos y comunitarios, investigadores/as, personas que desarrollan software libre y se oponen al monopolio de Microsoft, iniciativas de educación y capacitación, organismos de derechos humanos, organizaciones de mujeres que bregan por una comunicación con perspectiva de género, y muchas más, que han encontrado espacios de diálogo y acción conjunta. Esto permite visualizar que la problemática comunicacional hoy es tan integrada y compleja que ninguna respuesta ciudadana aislada basta, y que la única salida viable es juntarse y complementarse.
Siguiendo la nueva lógica de los movimientos sociales, el aporte particular de cada organización, cada lucha específica, cada institución, adquieren trascendencia sobre todo en la medida en que se articule con otras para construir una agenda común. En este marco, se trata no solo de crear solidaridad, sino lograr que estas diferentes expresiones de resistencia se enriquezcan con la experiencia y la fuerza de las demás. El reto es cómo sumar fuerzas y no restarlas; cómo potenciarse mutuamente, dentro de un marco de respeto a la diversidad. Eso implica comunicarse, y a nuestro entender, es lo que da su verdadero sentido a la comunicación: o sea, más que transmitir mensajes, producir un tejido comunicacional que articule redes y construya comunidades.
Pero más allá de quienes laboramos en el área de comunicación, interpela a todos aquellos movimientos y sectores ciudadanos que anhelan construir ese Otro Mundo Posible, el cual no es pensable, si no se democratiza la comunicación. Es por ello que estamos planteando la necesidad de una agenda social en comunicación, vinculada a las demás luchas sociales presentes en este Foro. En este sentido, el Foro Social Mundial se presenta como un espacio catalizador, que puede contribuir a crear las sinergias necesarias. A su vez, para los diversos actores sociales, como el movimiento campesino, indígena, afro, ecologista, de mujeres, jóvenes y otros, esta propuesta implica adoptar definiciones para incorporar efectivamente esta lucha dentro de sus plataformas y programas.
Expresiones de la resistencia
Articular una agenda social en comunicación implica abordar la problemática en sus múltiples facetas, buscando descifrar sus lógicas, para poder identificar los aspectos más estratégicos. Significa también reforzar y vincular las luchas e iniciativas que ya están actuando en los diferentes planos de la comunicación, establecer bases y metas comunes e ir generando una fuerza de opinión y presión capaz de modificar el rumbo del desarrollo del sector de la comunicación. También significa apropiarnos de los recursos, herramientas, conocimientos y capacidades para poder producir una comunicación distinta.
Las expresiones del movimiento de resistencia comunicacional son muy diversas y numerosos para mencionar aquí a todas, pero quiero destacar algunas, a la vez que recordar ciertos desafíos que, por los rápidos cambios que se suceden en este campo, no siempre están a la vista.
a) Medios alternativos:
En el plano mediático, en las últimas décadas, han nacido muchas iniciativas de medios independientes, alternativos, populares o comunitarios –su autodefinición varía-, que han permitido expresar la creatividad ciudadana, presentar perspectivas y voces diversas, y cuestionar al modelo económico y social vigente. Se trata de la expresión de un movimiento emergente de resistencia al sistema de comunicación dominante, vital para el desarrollo de un pensamiento independiente y de movimientos sociales vigorosos. Uno de los obstáculos que enfrentan es la tendencia existente - incluso a veces en los propios movimientos sociales- a descartar lo alternativo considerándolo algo marginal. Esta postura, que parte de un parámetro de medición basado en la cantidad, implica desconocer que lo que define lo alternativo no es lo cuantitativo, sino el sentido de proceso vinculado a los intereses sociales, que contrasta con la lógica de mercantilización.
Es indudable la diferencia de tamaño, peso e influencia de los medios corporativos con relación a los alternativos o independientes, y no desconocemos la importancia de pelear por espacios dentro de los medios masivos. Pero es importante visualizar que esta diferencia se debe ante todo a una correlación de fuerzas altamente desigual, cuya superación es uno de los desafíos centrales de la lucha contra la globalización neoliberal y la dictadura del mercado, y una condición fundamental de la democracia, pues significa defender el derecho a tener fuentes de información plurales, independientes de los intereses del poder económico y político.
b) La presión hacia los medios comerciales:
Otra expresión de la resistencia, que viene de muchos años atrás, han sido los grupos de presión que han venido cuestionando la forma en que los medios de difusión dan cuenta de la realidad. Un ejemplo significativo viene del movimiento de mujeres que, tempranamente, identificó el rol de la difusión mediática en la perpetuación de valores y actitudes discriminatorias, como también su potencial para cambiar mentalidades. Además de cuestionar el lenguaje sexista y las imágenes negativas y estereotipadas de las mujeres en los medios, han denunciado la invisibilización de las mujeres en tanto sujetos de opinión o actoras del cambio social. Otros movimientos emergentes también se apropiaron de estas banderas contra la invisibilidad y la discriminación, como son los movimientos indígena y afro, o el movimiento gay y lésbico.
Otro nivel de acción es la defensa de consumidores/as de productos y contenidos mediáticos. Desde la óptica del mercado mediático, es solamente en esa calidad de consumidor que se tendría el poder de influir sobre los medios (al tocarles en su punto vulnerable: las ganancias –sean estas por venta de productos o de publicidad-). Pero debido al aislamiento de los consumidores, cada cual delante de su pantalla de televisión o de su revista, este “poder” solo se ejerce en forma individual, mediante la opción compra o el control remoto. Si este poder comenzara a ejercerse en forma colectiva, las posibilidades de incidencia serían mucho mayores, como lo han demostrado algunos ejemplos de campañas, cartas en cadena, presiones o boicots frente a los medios. La creación de observatorios de los medios es otra forma de presión sobre éstos, que, además, implica asumirse, no tanto como consumidores, cuanto como ciudadanos vigilantes de que los medios cumplan con su función de servicio social, y adopten y acaten códigos de ética acorde con estas funciones. Tales observatorios van a adquirir una importancia particular en América Latina, y específicamente en los países donde recientemente se han instalado gobiernos identificados con intereses populares. En este plano podemos mencionar también las iniciativas de “media literacy” (educación para la lectura de los medios), fundamentales para formar una población crítica frente a los contenidos mediáticos; o aquellos gremios periodísticas que han asumido la defensa de su trabajo profesional como servicio social, entre otros.
c) La acción legislativa y las políticas públicas
Crear medios propios y combatir los excesos de la distorsión y la manipulación informativa, por importantes que sean, no bastan si no atacamos también las condiciones y bases de funcionamiento de las comunicaciones.. Por ello es indispensable impulsar desde leyes antimonopolio hasta políticas de fomento de la pluralidad comunicacional. ¿Cómo puede haber una comunicación democrática en países donde está prohibido crear radios comunitarias, o donde se permite a una sola cadena ser dueña de centenares de medios?
En el plano de derechos humanos, la defensa del derecho a la comunicación es una bandera central del movimiento por la democratización de la comunicación. Este considera que, más allá de los derechos a la información y la libertad de expresión, ya consagrados internacionalmente, hoy se requiere de un marco más amplio, que reconozca que la comunicación es un proceso interactivo, fundamental para la organización de la sociedad y la participación en los procesos democráticos. La formulación del contenido del derecho a la comunicación, y su consecuente consagración en instrumentos legales son tareas pendientes.
Un serio obstáculo para la reglamentación de la industria de la comunicación es el hecho que los medios comerciales –que tienen una fuerte capacidad de presión sobre las autoridades políticas- se resisten a toda regulación. Bajo el argumento de la libertad de prensa, defienden que en materia de comunicación, el mejor reglamento es el que no existe. Estos mismos medios se someten, sin embargo, a las llamadas “leyes” del mercado, sin cuestionar si ello atenta también a la libertad de expresión y al derecho de los pueblos a ser adecuadamente informados desde fuentes plurales.
Adoptar un marco legislativo y regulatorio que restringe los monopolios en el área mediática, o implementar políticas que fomenten la expresión de la pluralidad y la diversidad cultural, no implica coartar la libertad de expresión, sino garantizar las condiciones para ella.
Por otra parte, cabe agregar que el gobierno de EE.UU. defiende a su industria transnacionalizada de comunicación con presiones sobre los demás países para que, en nombre del libre flujo de información, levanten cualquier restricción a su operación, como las medidas para proteger la soberanía cultural o la defensa de recursos estratégicos en esta área.
Pero más allá de lo regulatorio, las políticas de Estado también podrían tener un carácter proactivo. Por ejemplo, si la meta es ampliar y a profundizar la democracia, se puede proponer políticas para fomentar la participación ciudadana plena, la pluralidad, la creatividad y expresión de la diversidad cultural, y el rescate del sentido y espacios públicos. En este marco, se destacan las propuestas e iniciativas en el sentido de articular y desarrollar un sistema público de comunicación, que no sea subordinado al Estado –mucho menos al gobierno de turno-, ni a la iniciativa privada comercial. Es decir, un sistema orientado a fomentar la más amplia participación social, en su dirección y en su acción, con miras a reforzar el carácter de servicio público de la