El contexto de las luchas de las mujeres del campo

2002-11-25 00:00:00

La década de los ochenta, llamada como la década tecnológica y de
reestructuración de la matriz productiva, fue un periodo marcado
por el cambió del modelo llamado Fordista y la adopción de nuevos
patrones que encaminaron hacia el incremento de la productividad
del trabajo a nivel mundial, aumentando los recursos tecnológicos y
disminuyendo la demanda de mano de obra, que arrojó entre sus
resultados el incremento de la precarización. En el mundo, apenas
2,6% de la población económicamente activa está trabajando, y el
60% del total de la población se encuentra sin trabajo, o en
trabajos informales.

En esa misma década, el capital industrial rápidamente se
transformó en capital financiero, se afianzó este sector como eje
central de la economía mundial y se internacionalizó la búsqueda de
ganancias de corporaciones grandemente concentradoras, que no
tienen ningún compromiso con el desarrollo.

Coincidentemente, por otro lado, se produjo también en los ochenta
la derrota, en alguna medida, del movimiento sindical, también a
nivel mundial. Y en el escenario geopolítico concurrió la derrota
de los países socialistas del Este, que marcó el inicio de la
hegemonía norteamericana en la economía y la imposición del dólar
como moneda de referencia.

Esto definió un nuevo momento, marcado por el control y la
subordinación de los organismos internacionales a los intereses del
capital, especialmente financiero, que influye las políticas de la
ONU, la OMC, la OTAN, el FMI y el Banco Mundial, quienes actúan
bajo el predomino de la ideología de la libertad total del capital,
que es el centro del neoliberalismo, que remoza al capitalismo como
un fin en sí y lo levanta como alternativa única.

En ese contexto, se produce además, un descenso del movimiento de
masas en todo el mundo y un aumento gigantesco de la represión
policial en contra de quienes osan luchar contra la lógica del
capital, en otras palabras contra todos los movimientos. El modelo
no permite oposición, esto tenemos que tener en claro en este marco
de análisis.

A inicios del nuevo siglo, el XXI, se visibilizan con mayor
contundencia algunas contradicciones de las dos décadas anteriores.
Se da una crisis provocada por la especulación financiera, que
empieza a afectar a los países de la periferia, como Corea, Rusia,
Indonesia, México, y más recientemente Argentina.

Es también más tangible cómo la hazaña explotadora del capital está
destruyendo el medio ambiente y pone en riesgo el mantenimiento de
los recursos naturales. La concentración del poder y la
acumulación en apenas 500 grandes empresas transnacionales, de las
cuales un 80 por ciento son norteamericanas, conlleva una crisis de
las economías agrícolas y la concentración de las ramas
productivas.

La consecuencia más visible de esto es el aumento de la pobreza y
las diferencias sociales, la distancia entre ricos y pobres es cada
vez más abismal. El hambre afecta a millones de personas: se
estima que 800 millones pasan hambre todos los días y cada año un
nuevo contingente de 80 millones se suman a esta cifra. El hambre
y la pobreza afecta específicamente a los grupos además de pobres
discriminados, como lo son las mujeres, indígenas, negros -más aún
a las mujeres de esos grupos-, para quienes la realidad que vivimos
es catastrófica.

La causa de ello, es una economía centrada en las ganancias de las
transnacionales y no en el desarrollo de los pueblos. Por eso, se
multiplican ahora los movimientos populares, sindicales, del campo,
de mujeres. Hay una gran acumulación y potencial de la lucha y la
protesta de quienes postulan por un mundo mejor distribuido e
igualitario. Eso fue lo que intentamos poner en claro, con la gran
marcha y el lanzamiento de la campaña en contra del ALCA, realizada
en el Foro Social Mundial de Porto Alegre (Brasil) y que ahora
continúa con los diferentes foros regionales. El pueblo
latinoamericano se está preparando para hacer el plebiscito sobre
la adopción del ALCA, que empieza en septiembre de este año y se
extenderá hasta abril del 2003, para sensibilizar a la población,
resistir, y hacer conciencia sobre esos acuerdos que solo
benefician al capital y al país hegemónico.

En ese contexto, las mujeres del campo hemos emprendido la labor de
elaborar una agenda que rescate lo humano y la preservación del
medio ambiente y los recursos naturales, como patrimonio de la
humanidad; que encamine hacia la adopción de políticas de reforma
agraria integral, orientadas a garantizar la soberanía alimentaria
de los países; que permita a las personas del campo desarrollar y
mantener técnicas productivas sanas, preservar las semillas y
distribuir los productos, según las necesidades humanas y no las
del capital. Esta agenda debe incluir un llamado de atención hacia
la falta de políticas y compromisos en estos temas que acusan la
mayoría de gobiernos, que a pesar de que firmar acuerdos de Cumbre
en Cumbre, en la práctica no cumplen ni hacen cumplir esos
compromisos internacionales. Las mujeres del campo queremos
levantar y sumar nuestra voz de denuncia de la violencia en la cual
los poderes han sumido al mundo; queremos protestar en contra de la
depredación del medio ambiente; la imposición de las semillas
transgénicas, la falta de una política de soberanía alimentaria,
que son parte de las injusticias que afectan a las mujeres.