Brasil, una crisis de destino

2004-10-08 00:00:00

El gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva ya
tiene casi dos años y lamentablemente, atemorizado por amenazas
especulativas y por toda clase de chantajes, ha mantenido una
política económica con los mismos fundamentos neoliberales del
gobierno precedente.

Es decir, tiene la prioridad el rendimiento del capital
financiero, al que se le transfiere el ahorro nacional a través
del mecanismo de los superávit primarios aconsejado por el Fondo
Monetario Internacional.

Los resultados eran previsibles. La economía crece, pero los
indicadores de la distribución de la renta y de la tierra, del
empleo y la educación, no mejoran. ¿Cuál es el problema? El
problema radica en que la nación brasileña necesita urgentemente
detenerse a debatir sobre la construcción de un nuevo proyecto
de desarrollo. Esencialmente, seguimos sumidos en la misma
crisis desde 1980. Una crisis de proyecto. Una crisis de
destino.

Este es el sentido del momento histórico que estamos viviendo.

Brasil es una nación joven. Nació bajo el manto de la expansión
colonial del capitalismo comercial, que nos impuso durante 400
años un modelo agroexportador basado en una explotación
esclavista.

Con su crisis, sobrevino tardíamente -en 1930- la revolución
burguesa, que adoptó un nuevo modelo económico de
industrialización dependiente. Dependiente del capital
extranjero y volcada hacia el restringido mercado interno, que
no superaba el 15% de su población.

Aún así, ese modelo representó un designio de desarrollo
nacional que en sólo 50 años transformó el país rural en un país
urbano. Y su economía agraria en industrial.

Pero las llagas sociales continuaron abiertas como resultado de
una estructura productiva asentada en la concentración de la
tierra y la renta. Esas limitaciones impusieron una nueva
crisis en la década del 80. Después, cayó la dictadura militar y
quedó libre el camino hacia la redemocratización electoral
(aunque no el de la democracia social).

De cara a la crisis tuvimos un embate de proyectos en 1989,
cuando se disputaron la presidencia Collor de Melo y Lula. Pero
el proyecto popular formulado como modelo alternativo, perdió.
Entonces, las clases dominantes abandonaron la perspectiva de un
proyecto nacional y se sometieron servilmente a las
corporaciones transnacionales y al yugo del capital financiero
internacional, que introdujo en Brasil y en toda Latinoamérica
las políticas neoliberales.

Este proceso nos costó muy caro. A lo largo de la década del 90
el subcontinente envió al primer mundo nada menos que un billón
de dólares en concepto de pago de intereses, amortizaciones de
la deuda externa, remesas de lucros, pagos de servicios y
royalties. Otros 900.000 millones de dólares se fueron en la
trasferencia de capitales de la burguesía local a sus cuentas
privadas en el primer mundo.

Ni siquiera en la era colonial se transfirió tanta riqueza de
una a otra región. Todos los índices de desarrollo social
empeoraron. El pueblo lo sufrió en el bolsillo y en la carne y,
después de una década de neoliberalismo, cuando llegaron las
elecciones, votó contra los candidatos neoliberales.

En este marco Lula fue elegido presidente. Se trató de una
votación contra el neoliberalismo, pero sin debatir un proyecto
alternativo de desarrollo nacional.

Para reflexionar sobre estos problemas y sobre el futuro del
Brasil, la Fundación Semco, que reúne a empresarios progresistas
convocó a mediados de septiembre a 50 personalidades
representativas de diversos segmentos de la sociedad. Recluidos
durante tres días, intentamos identificar el DNA de nuestra
nación. ¿Cuál es nuestra vocación? ¿Cómo hallar el verdadero
camino de desarrollo nacional?

A pesar de la natural y necesaria pluralidad ideológica y de las
distintas experiencias de vida de los participantes, me atrevo a
decir que surgieron algunos consensos.

Brasil es un país rico, con enormes potencialidades naturales,
económicas y sociales, pero es desigual e injusto. ¿Cómo
convertirlo en más justo socialmente? Todos dijeron: hay que
comenzar por la distribución de la renta y de la educación.
Todos concordaron en que se debe democratizar el acceso a la
educación, a la riqueza, a la tierra y garantizar trabajo a toda
la población.

La cuestión es cómo hacer viable esto que, más que una
propuesta, es un derecho de cada ciudadano brasileño. Es aquí
donde emerge la necesidad de un proyecto nacional. Pero no basta
una reunión de pensadores para construir un proyecto nacional.
Se lo construye con la participación de la población, con la
movilización popular; es una labor colectiva que aglutina mentes
y corazones en torno de un mismo objetivo.

El Brasil necesita emprender esa labor colectiva para generar un
nuevo proyecto de desarrollo. Y mientras no exista ese proyecto,
el gobierno de Lula caminará entre crecimiento y crisis, entre
meras minucias coyunturales que el tiempo disipará velozmente.

* João Pedro Stedile, coordinador nacional del Movimiento de los
Sin Tierra (MST) y dirigente de Via Campesina.

IPS