MANIFIESTO DE SAN CRISTOBAL

2006-11-20 00:00:00

Reunidos en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México, entre el 17 y el 20 de noviembre del 2006, 536 delegados y delegadas provenientes de seis países mesoamericanos y de migrantes que radican en los Estados Unidos, agrupados en 59 organizaciones, 34 de Centroamérica y 25 de México, aprobamos la siguiente declaración:

Por el poder popular y la recuperación de la soberanía

Los campesinos e indígenas mesoamericanos que fuimos expropiados y oprimidos desde la conquista y que desde entonces peleamos por justicia y libertad, decimos que el tiempo de los gobiernos oligárquicos está terminando y llegó la hora del poder popular.

A través de la autogestión de las comunidades indígenas que han conquistado derechos autonómicos como en Nicaragua o que los ejercen de hecho como en Chiapas y otras regiones de México; a través de luchas de resistencia como el reciente levantamiento pacífico de los mayas de Guatemala o la rebelión contra el mal gobierno que sostiene la Alianza Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO); a través de los avances de la izquierda partidista que en Nicaragua conquista la Presidencia y avanza en México y en la República del Salvador poco a poco la falsa democracia de los ricos está cediendo frente a los avances de la democracia verdadera, de la democracia de los pueblos.

Los hombres del campo que vemos como en nuestra Mesoamérica se profundiza la expropiación de tierras, de aguas, de biodiversidad, de saberes, de cultura, de toda la riqueza, y que desde hace veinticinco o más años sufrimos la imposición de un modelo neoliberal que destruye nuestra agricultura empujándonos a buscar en la emigración el futuro que no tenemos en nuestros países, nosotros y nosotras, decimos que ha llegado la hora de que los pueblos de la región recuperemos la soberanía que las oligarquías entregaron al imperio, a los organismos multilaterales y a las trasnacionales: soberanía sobre nuestros territorios y nuestros recursos, soberanía para la producción y abasto de alimentos, soberanía para la generación de empleos dignos para nuestros hombres y nuestras mujeres.

Las organizaciones mesoamericanas de pequeños productores y productoras que descobijados por las políticas anticampesinas de los gobiernos regionales -no nuestros gobiernos- enfrentamos en desventaja la ofensiva de las grandes corporaciones agroalimentarias y decimos sin embargo que somos capaces de cosechar por nosotros mismos los alimentos que se consumen en nuestros países, decimos que podemos ser competitivos en la agroexportación que genera divisas y decimos que somos capaces de restaurar, de conservar y de aprovechar nuestros recursos naturales. Pero para poder hacerlo necesitamos leyes y políticas públicas comprometidas con la salvación de nuestras agriculturas que es la salvación de nuestros países, que es nuestra salvación.

I.- Frente a la falsa democracia de las oligarquías reivindicamos el poder popular

Nosotros y nosotras somos indígenas y campesinos, no somos filósofos griegos, decía un compañero hace dos días. Y cuando decimos democracia no pensamos en la democracia esclavista de los viejos tiempos, y no tan viejos, pensamos en otra democracia. Porque así como en la antigua Grecia la democracia era para el diez por ciento de la población y el resto eran esclavos sin derechos, en la moderna Mesoamérica la democracia es para un puñado de familias oligárquicas, siempre las mismas, mientras que las mayorías trabajadoras, mientras que los pueblos carecemos en la práctica de derechos políticos. Y es que en casi todos nuestros países el poder sigue en manos de los grandes dominantes y padecemos dictaduras civiles que empobrecen a los pueblos, que no respetan la vida, que responden a los intereses de las elites, de las trasnacionales, del imperio.

En Guatemala, por ejemplo, hubo una guerra de 36 años que dejó más de 150 mil muertos, incontables heridos, incontables desplazados, porque un puñado de finqueros, de caciques y de y oligárcas se empeñaban en mantener su dictadura en nombre de la democracia, y en nombre de la democracia los blancos y los ricos de Guatemala incumplen ahora los acuerdos de paz firmados hace ya diez años, entre ellos el de incorporar a la Constitución los derechos autonómicos de los pueblos indígenas de esa nación.

En el Salvador, un país de 7 millones de habitantes, dos millones están en Estados Unidos a causa de esa falsa democracia, y ellos, como el resto de los migrantes mesoamericanos sin papeles que buscan cruzar el río Bravo, son cruelmente perseguidos por la migra estadounidense. Pero no solo por la migra estadounidense y nos da vergüenza como mexicanos decirlo, también por la migra mexicana. Y todo esto en nombre de la tal democracia.

En Guatemala, en Honduras, en Nicaragua los niños se mueren de hambre por culpa de esa democracia.

En Mesoamérica las mujeres son golpeadas y aparecen muertas en la calle por obra de esa democracia.

En nuestros países falsamente democráticos hay, decía un compañero, “indios permitidos”, que son los indios sumisos, y hay indígenas negados que son los que protestan y resisten.

En México, los mineros huelguistas de Michoacán, los campesinos rebeldes de Atenco y los maestros airados de Oaxaca son masacrados en nombre de esa mentirosa democracia.

En nuestros países se criminaliza la protesta social y se militarizan amplias regiones dizque para preservar la democracia.

En el Salvador, en Nicaragua y en México la derecha oligárquica y los partidos tradicionales organizan campañas de miedo, campañas del terror contra los candidatos progresistas en su esfuerzo porque la izquierda no pueda llegar por la vía electoral al poder, y cuando de todos modos llega, como en México, le roban las elecciones mediante el fraude.

Un ejemplo histórico, se nos contaba hace unos días, sobre la naturaleza de las oligarquías gobernantes en la región: en un anuncio periodístico publicado en los años veinte del siglo pasado por los ancestros del actual presidente de Costa Rica se decía: “Se necesita peón de finca, pero que no cante. Se necesita jardinero, pero que no cante. Se necesita cocinera, pero que no cante”. Porque no les basta con explotarnos, también quieren borrar nuestra cultura, también quieren borrar nuestra memoria.

Y todo esto ocurre en nombre de la corrupta, de la falsa, de la mentirosa democracia oligárquica.

Por eso los indígenas y campesinos mesoamericanos hemos dicho ¡basta! Ya no queremos más la democracia del hambre, del desempleo, de la migración, de la cárcel, del cementerio. En lugar de la falsa democracia de las oligarquías queremos una democracia de los trabajadores; en vez de que gobiernen unas cuantas familias queremos el poder del pueblo. Frente a la concentración oligárquica de la tierra, del agua, del viento, de la diversidad biológica, de las culturas mercantilizadas, pero también la concentración del poder y la concentración de las decisiones, porque los ricos han expropiado al pueblo la capacidad de decidir su destino. Ante esto nosotros sostenemos que la democracia es todo lo contrario: no concentrar, sino socializar recursos, riqueza y decisiones. Esta es la democracia desde abajo y con participación de todos y todas, con participación de los pueblos indígenas, de los pueblos mestizos.

Y el poder del pueblo, este poder democrático del pueblo se construye en muchos sitios y se construye de muchas maneras diferentes:

Se construye democratizando la vida de nuestras comunidades y de nuestras organizaciones. Se construye reconociendo en estas organizaciones los derechos de las mujeres, los derechos de los jóvenes, los derechos de los ancianos.

Se construye desarrollando gobiernos propios, como se nos recordaba aquí, los consejos de las regiones autonómicas de la costa Atlántica de Nicaragua que conquistaron este derecho; o las juntas de buen gobierno y los caracoles que operan en la regiones zapatistas de Chiapas.

Se construye resistiendo mediante la movilización popular el autoritarismo de los gobiernos represivos, como sucedió con el levantamiento pacífico de los mayas de Guatemala y con el alzamiento cívico contra el gobernador del pueblo, falso gobernador del pueblo de Oaxaca, en México.

Se construye impulsando convergencias políticas y sociales como el Consejo Nacional contra la Corrupción, en el que participan los campesinos y campesinas organizados de Honduras.

Se construye en Guatemala donde indígenas, campesinos y trabajadores forman un frente político social de izquierda.

Se construye en Costa Rica donde diversas fuerzas populares confluyen para impedir que el legislativo ratifique el Tratado de Libre Comercio con Estados unidos.

Se construye en México donde después del fraude electoral los partidos de la izquierda se articularon en un Frente Amplio Progresista y los ciudadanos y ciudadanas y los movimientos sociales están impuldando una Convención Nacional Democrática para defender al país de la política antipopular, antinacional y represiva que anuncia y comienza a ejercer el presidente usurpador.

Hay, entre los hoy miembros del MOICAM, quienes combatieron por la libertad y la justicia con las armas en la mano; hay quienes reivindican y reivindicaron pacíficamente sus derechos en las calles, en los campos, en las plazas; hay quienes luchan en la producción por construir una vida más justa; hay quienes trabajan como servidores públicos por hacer un gobierno diferente y quienes en los parlamentos se esfuerzan por hacer y aprobar leyes justas. Hay pues, en nuestro Movimiento mesoamericano, quienes militan sólo en organizaciones sociales y quienes lo hacen en organizaciones sociales y en partidos políticos. Hay quienes creen en la vía electoral como un camino viable para cambiar las cosas y quienes desconfían de esa vía y apuestan principalmente por la democracia directa.

Se entiende, entonces, que haya bastante discusión en nuestros encuentros, afortunadamente.

Pero hay también mucho respeto por los diferentes puntos de vista, mucho respeto por las diferentes formas de lucha. Y es que sólo unidos podremos enfrentar con éxito los retos que nos esperan. Se dijo en este encuentro y es verdad, que podemos marchar separados, pero pegar juntos, pero es mucho mejor marchar juntos y pegar juntos. Porque los mesoamericanos somos distintos unos de otros, pero las diferencias no nos separan, las diferencias no nos debilitan, por el contrario, nos unen y nos fortalecen.

No más acciones sueltas, no más acciones aisladas. Necesitamos un movimiento grande de articulación; un movimiento que ya está en marcha y en lo internacional encarna en la Vía Campesina, en la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones Campesinas, en redes sociales como las que muchos ya tenemos, y a las que hace unos años se suma el MOICAM.

Nuestro movimiento es la trinchera de los campesinos y los indios de la cintura de América. Un movimiento social que lucha por las banderas de los trabajadores del campo. Pero la experiencia nos enseña que nuestras grandes demandas: reforma agraria integral, soberanía alimentaria, soberanía laboral, soberanía en el empleo, recuperación de nuestros territorios y recursos naturales, entre otras, nuestras grandes demandas no serán realmente satisfechas mientras en nuestros países gobiernen las mismas familias de siempre, mientras las oligarquías tengan su bota puesta sobre el cuello de los mesoamericanos. No es posible que la Ley agraria que en el Salvador presentó una comisión de 15 mil campesinos y campesinas, detrás de los cuales estaban cientos de miles más, vaya a ser decidida por cinco personas, por cinco hombres, por cinco legisladores que no nos representan. No es posible que la Ley de Planeación para la Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional que en México impulsó con mucha fuerza el Movimiento El Campo no Aguanta más, esté detenida en el Senado de nuestro país por el capricho de unos cuantos legisladores.

Entonces los indígenas y campesinos organizados tenemos que decidir si dejamos que otros hagan política por nosotros y en nuestro nombre, o nos animamos a ocupar directamente los espacios políticos que necesitamos para cambiar el rumbo de nuestros países y nuestra región. El MOICAM ya tomo la decisión: muchos de sus miembros están participando en frentes político-sociales nacionales, luchas que ahora debemos impulsar en escala regional, continental y mundial.

II.- Frente al neoliberalismo rapaz, los campesinos y campesinas reivindicamos la soberanía alimentaria, la soberanía laboral y la soberanía sobre el territorio y los recursos naturales y sociales

Decía un campesino catracho: “Honduras ya no existe, Honduras está concesionada a las trasnacionales”. Decía un compañero de El salvador: “El Salvador ya no tiene moneda propia, sino dólares y si seguimos así pronto tampoco tendrá habitantes pues todos nos estamos marchando a los Estados Unidos.

Y es que nuestra Mesoamérica está bajo asedio, acosada por planes perversos como el Plan Puebla-Panamá, un proyecto neocolonizador que inventó hace seis años el presidente mexicano Vicente Fox con la complicidad de los gobernantes centroamericanos de entonces, y que el usurpador Calderón piensa seguir impulsando con la complicidad de los nuevos mandatarios centroamericanos; encadenada Mesoamérica por tratados comerciales injustos como el de los países centroamericanos con Estados Unidos de América del Norte, tratados de libre comercio o TLCs que como decimos nosotros significa Total Liquidación del Campo; lacerada por megaproyectos como los de integración energética y carretera, como las grandes presas, como la privatización de la biodiversidad implícita en el manejo que hace el Banco Mundial del corredor biológico mesoamericano.

El resultado es dependencia alimentaria y dependencia laboral, es decir hambre y migración, porque nuestra agricultura y nuestras naciones se están desfondando, se están yendo a pique, se están hundiendo. En el Salvador, un país pequeño de apenas 5 millones de habitantes, 700 personas todos los días salen rumbo Estados Unidos. En México, un país grande donde vivimos 100 millones de habitantes, cada hora 30 hombres y 30 mujeres, uno por minuto, se están yendo rumbo a Estados Unidos, porque en México se feminizó la migración también.

La situación está mal. Pero anteayer nos decían que si no nos avispamos y no nos ponemos listos se va a poner peor. Y es que la migración ha sido una válvula de escape para la estrechez económica mesoamericana, pero desde el 11 de septiembre el gobierno de los Estados Unidos ha venido cerrando su frontera sur. Día tras día se alarga y eriza el muro de la vergüenza, y el sufrimiento y la muerte de los migrantes sin papeles se hace cada vez mayor.

Por si esto fuera poco, los inventarios de granos se están reduciendo pese a las buenas cosechas, pues el empleo de etanol como combustible reduce la disponibilidad de cereales para el consumo humano. Así, es previsible que los precios de los alimentos básicos como el maíz continúen aumentando, mientras que los gobiernos de la región siguen desestimulando la producción alimentaria interna. De esta manera, y si no nos ponemos listos, en algunos años nuestros países tendrán que enfrentar importaciones cerealeras masivas a precios muy elevados, con el riesgo de que en ciclos de malas cosechas los granos no estén disponibles a ningún precio y nuestros países se hundan en la hambruna. Nuestros países, que son la cuna del maíz, no tendrán maíz para alimentar a su pueblo.

El modelo neoliberal impuesto en Mesoamérica hace más de un cuarto de siglo está tocando fondo. Pero las grandes crisis tienen algo de bueno: de ahí salen alternativas. Nuestros países no pueden seguir esperando que las condiciones internacionales mejoren, que las condiciones internacionales nos favorezcan, es necesario desde ya reorientar las políticas internas, es urgente dar un golpe de timón, es indispensable recuperar la soberanía y seguridad alimentarias que los gobiernos entreguistas de la región abandonaron en nombre de una apertura comercial y unas ventajas comparativas que en la práctica nos pusieron de rodillas frente a las grandes potencias agroexportadoras y su cruel guerra de los alimentos. Y en esta recuperación de nuestra capacidad de alimentarnos el fomento a la producción de los pequeños y medianos agricultores es indispensable.

Si el creciente éxodo y migración campesinos es resultado de la destrucción premeditada de nuestra agricultura, necesitamos reivindicar para nuestros pueblos el derecho a no migrar, el derecho a quedarse para aquellos que decidan quedarse, quien quiera irse que se vaya y está en su derecho y hay que proteger sus derechos cuando migra, pero el que quiera quedarse pueda quedarse, que no tenga que huir por hambre, que no tenga que abandonar a sus muertos, a su familia, a su pueblo porque no hay que hacer ahí. Defender los derechos humanos, laborales, cívicos y sociales del migrante es fundamental, pero más importante es defender el derecho a quedarse de quienes así lo deseen, el derecho a permanecer en donde tenemos nuestras raíces sin sufrir por ello miseria y abandono. Pero para eso es indispensable que nuestros países recuperen su soberanía laboral, su capacidad soberana de defender y fomentar la producción que genera empleo y, en primer lugar, la pequeña y mediana agricultura, la agricultura campesina.

Esta es una tarea estratégica que compete fundamentalmente a los gobiernos, pero mientras los cambiamos -o los tomamos- algo podemos hacer desde nuestras organizaciones. El Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB), que agrupa a indígenas sobre todo oaxaqueños migrados a California, Estados Unidos, pero que también tiene organización en el estado fronterizo mexicano de Baja California y desde luego en el estado de Oaxaca de donde son originarios la mayor parte de sus agremiados, no se limita a defender sus derechos laborales en los lugares de destino, también desarrolla proyectos en sus regiones de origen. Además de dirigirse al consumo de las familias que se quedaron, las remesas en dólares se emplean en mejoras en los pueblos, pues, nos decía la compañera del FIOB, a las comunidades les gusta embellecer la pobreza. Y tienen derecho a embellecer la pobreza, para eso los migrantes trabajaron. Pero no basta con embellecer la pobreza, con arreglar el parque, con mejorar el camino. Por eso el FIOB, a través de un organismo llamado Desarrollo Binacional Integral está buscando que se canalicen estas remesas también a sistemas de microcrédito, a granjas avícolas, a producción de hongos, a talleres de artesanías y recientemente nos decían están exportando totopos y mole “mojados” a Estados Unidos, es decir, alimentos oaxaqueños típicos que tienen gran demanda por allá. La idea es crear empleo digno en las regiones de expulsión de trabajadores, de modo que, quienes se quedan, vivan mejor y algunos que de otra manera se irían, decidan quedarse. Y si los indígenas que trabajan duramente en los campos agrícolas de California son capaces de destinar al desarrollo de su propio país parte de sus salarios, que no son grandes, por qué no pueden hacerlo los gobiernos de estas naciones.

Además de la procuración de alimentos y empleo digno, nuestros países deben recuperar la soberanía sobre territorios, sobre aguas, sobre bosques, sobre diversidad biológica, sobre paisajes, hasta sobre los vientos, sobre la cultura y los saberes ancestrales, soberanía que los gobiernos oligárquicos y entreguistas han venido privatizando y entregando a las trasnacionales, dejándonos, decía un compañero, como burros amarrados frente a tigres sueltos. Nuestras organizaciones consideran que estos son bienes colectivos, no mercancías y deben preservarse y emplearse en beneficio de todos. Y para ello hay que empezar por defenderlos creando un gran frente común contra los megapoyectos,