Mujeres agriculturas: Gestoras de soberanía alimentaria
El día 22 de febrero, en Sélingué, Malí, en vísperas del inicio del Foro Mundial por la Soberanía Alimentaria, se realizó un encuentro de mujeres, convocado por la Marcha Mundial de las Mujeres. Entre los temas en la agenda, se abordó el del conocimiento desarrollado por las mujeres del campo y su aporte para la soberanía alimentaria.
La alimentación, que es indisociable de la supervivencia humana, se ha desarrollado mediante un largo proceso de descubrimientos e investigación, que históricamente ha sido encabezado por las mujeres. Desde la invención de la agricultura, pieza clave en esta materia, ellas han experimentado, han hibridado semillas, han seleccionado lo comestible y lo no comestible. También han preservado alimentos e inventado y refinado la dietética, la culinaria y sus instrumentos. A través de esto, han generado uno de los más importantes referentes de cada una de las culturas y sociedades; y no es poco decir: ellas han alimentado al mundo.
Gracias a ello, la humanidad ha sobrevivido a los subsecuentes modelos concentradores de los bienes, que han alterado los preceptos previsores de producción para el sustento y los han reemplazado por tratos de lucro, entre cuyas consecuencias figura el hambre, que atañe a unos 816 millones de personas y se incrementa cada año en cuatro millones más, según cifras de la FAO[1]. Unos 40 países enfrentan un estado de emergencia alimenticia y una de cada seis personas padecen de desnutrición en los países en desarrollo[2], al punto que cada 3,6 segundos alguien, por lo general una niña, muere de inanición.
Mientras tanto, con una cifra de negocios de unos 3.5 billones de dólares, el comercio de los alimentos procesados es actualmente uno de los filones más rentables que existen, solo que la clientela para comprarlos no es universal, pues más de un billón de personas viven con un ingreso de 1 dólar US o menos por día y 2,7 billones con menos de $2. (Ver anexo). En estas circunstancias, lograr el propósito de resolver el problema del hambre y la alimentación a través de los mecanismos mercantiles es bastante improbable. Pues al mantener las diferencias estructurales y la mala distribución intactas, nada indica que los ingresos potenciales de los consumidores vayan a mejorar.
Lo que sí se puede vaticinar es que las mujeres continuarán alimentando a la humanidad, pues sin ninguna duda, las prácticas de producción de alimentos que aún se conservan en sus manos continúan teniendo un sentido de previsión. Y, tal como están las cosas, ellas abastecen ya entre el 60 y el 80% de la producción alimenticia de los países más pobres y alrededor del 50% a escala mundial.
Los huertos domésticos que ellas mantienen “...son, muchas veces, verdaderos laboratorios experimentales informales, al interior de los cuales ellas transfieren, favorecen y cuidan las especies autóctonas, experimentándolas a fondo y adoptándolas para lograr productos específicos y si es posible variados, que ellas están en capacidad de producir. Un estudio reciente realizado en Asia ha mostrado que 60 huertos de un mismo pueblo contenían unas 230 especies vegetales diferentes. La diversidad de cada huerto era de 15 a 60 especies”[3]. En India “las mujeres utilizan 150 especies diferentes de plantas para la alimentación humana y animal y para el cuidado de la salud. En Bengala occidental, hay 124 especies de "malezas" que se recogen en los arrozales y tienen importancia económica para las agricultoras. En la región de Veracruz, México, las campesinas utilizan alrededor de 435 especies de flora y fauna silvestre de las cuales 229 son comestibles”[4].
Gracias al acumulado de conocimientos relativos a la práctica agrícola, a la previsión productiva, al procesamiento y distribución, las mujeres, aún en contextos de pobreza extrema, alimentan a la humanidad y mantienen patrones de consumo congruentes con el cuidado de la tierra y la colectividad. Sin embargo, al momento de definir las políticas agrícolas y alimenticias, esta es una consideración de último rango, pues en el mundo del rey mercado, ellas apenas mantienen el dominio del 1% de las tierras agrícolas.
El sesgo patriarcal presente en las políticas y medidas internacionales, se manifiesta igualmente en el ámbito nacional y en las prácticas locales. Las desigualdades de género en el mundo rural han sido señaladas entre las más crudas de las relaciones sociales que afectan a la sociedad y en especial a las mujeres[5], cuya invisibilidad histórica llevó a que su propia existencia como sujetos tan solo empezara a ser reconocida en el último cuarto del siglo pasado. Hasta ahora, aunque han sido adoptadas significativas políticas en distintas esferas, en la práctica, la discriminación en el mundo campesino y en el de la alimentación se mantiene casi intacta, especialmente porque las mujeres no son consideradas aún ni actoras económicas, ni productoras de conocimientos, ni sujetos sociopolíticos integrales.
Más bien, en sentido contrario, mientras los conocimientos y prácticas agrícolas son privatizados, patentados y monopolizados por las grandes corporaciones, lo producido por ellas, que involucra a casi todo lo que se mueve en este universo, es considerado como materia bruta, sin valor. Sus conocimientos en materia de semillas: recolección, clasificación, identificación de propiedades, almacenamiento, cualidades dietéticas y culinarias, la complementación entre ellas para prevenir enfermedades, entre otros, siguen casi inadvertidos y devaluados social y económicamente.
Peor aún, el dominio de lo alimentario sólo ha ganado valor y preponderancia con la irrupción de los capitales y sus dinámicas en la gestión. Tan sólo la Nestlé, considerada como el mayor conglomerado mundial de la alimentación, generó durante el 2005 una cifra de negocios récord de 74.342 millones de dólares, con un crecimiento de 7,5 por ciento respecto a 2004. El beneficio neto fue de 6.520 millones de dólares. Las mayores ventas y beneficios se registraron en Norte y Sudamérica, con ventas por 25.051 millones de dólares. Para 2006, espera un crecimiento de entre 5 y 6 por ciento, así como mejoras en el margen operacional.[6]
Con este tipo de indicios comerciales las posibilidades de control planetario de las corporaciones se multiplican y, a la vez, las relaciones de poder patriarcales y capitalistas adquieren nuevos matices. Pues ya no se trata sólo del acaparamiento de los recursos de la tierra, el agua y los réditos sobre el trabajo de las personas, sino del control absoluto del mercado sobre las dinámicas sociales y hasta de la apropiación de la vida misma.
Así, si el cúmulo de injusticias históricas que pesan sobre las productoras y creadoras es ya abundante, la expropiación de sus conocimientos y de los medios para producir de manera autónoma, potenciada por esta fase de ascendencia del capital, en una época en la que justamente el conocimiento es consubstancial al valor, constituye una alienación sin precedentes.
Esto puede percibirse en las dinámicas que generan instrumentos tales como el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio –ADPIC-[7], que prescribe la patentación de todos los recursos genéticos, cuya aplicación actúa como un principio dictatorial que aniquila los conocimientos de las campesinas y las posibilidades de desarrollarlos. Pues además de la expoliación directa de éstos, que son pirateados, patentados y por lo general expatriados por el sector privado, también ellas mismas son expulsadas de sus ámbitos de vida. Bajo los regímenes del agronegocio y sus secuelas de trabajo agrícola y alimentario precario, muchas son empujadas, además, a la migración.
La pérdida del contexto de producción campesina redunda en la privación del escenario y del potencial de desarrollar y/o mantener conocimientos. Mientras que las transnacionales dan prioridad al desenvolvimiento y monopolio de estos últimos. La Nestlé, por ejemplo, cuenta con con 17 centros de investigación repartidos por todo el mundo, en los que trabajan 3.500 especialistas, y destina un 1,5% de su cifra de negocios a la investigación.[8]
Adicionalmente, la patentación de las creaciones de las mujeres las obliga desde ya a comprar franquicias a los dueños de las patentes, para poder continuar ejerciendo con sus propios inventos: la agricultura, el procesamiento de alimentos, la salud tradicional y otros. Esto conspira contra las estrategias de supervivencia que ellas han desarrollado, contra sus prácticas productivas y distributivas.
Aquellas que producen y comercializan cereales, derivados agrícolas, y hasta platos típicos, sólo podrán hacerlo, bajo la obtención de franquicias, compradas a los dueños de las patentes, de sendas invenciones que ellas mismas han creado[9]. En términos concretos esto significa el aniquilamiento de las redes de distribución alimentaria urbana y rural, que abastece a las mayorías empobrecidas del planeta. En tanto que la importancia y poderío de los conglomerados de alimentación barata está en pleno auge.
En España, por ejemplo, las empresas de comida rápida figuran entre las primeras de las 100 de mayor facturación. Según la guía de Franquicias y Oportunidades de Negocio 2006 de Tormo & Asociados, el número de estas redes se ha multiplicado: en dos años han pasado de 19 a 27. Esta cifra supone un total de 2.253 establecimientos que facturan casi un millón de euros al año cada uno. Eso sí, abrir una de estas franquicias requiere una inversión media de 300.000 euros y locales amplios que en muchos casos deben superar los 100 m2. Asimismo, tan sólo Pescanova, grupo de alimentos congelados, obtuvo en el primer semestre de 2006 un beneficio neto de 6,95 millones de euros, un 5,5% más que en el mismo periodo del año anterior.[10]
Según la FAO y sus conocidos asociados mercantiles, esta es una opción de consumo individual. La preferencia por la comida rápida -pizza, hamburguesas y otras-, es para esta entidad un asunto inherente a la globalización y representa una posibilidad de paliar las carencias de calorías, cuyo acceso es considerado como un pilar para la erradicación del hambre. A la cola de esto figuran las consideraciones humanas y hasta las propias nociones capitalistas de calidad de vida.
[Regresar] Las leyes de mercado; los acuerdos de libre comercio; el poder de las transnacionales y la carta blanca para sus negocios otorgada por las normativas de la Organización Mundial de Comercio -OMC-; la prospección biogenética y la biopiratería; son las más omnipresentes amenazas a los conocimientos de las mujeres, a su relación con la tierra, la agricultura, la producción alimentaria y la vida.
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Anexo:
Los pilares de la crisis alimentaria
Las diferencias estructurales inherentes al capitalismo y la falta de distribución justa de los recursos alimenticios, aparecen, a todas luces, como los pilares sobre los cuales se levanta la crisis alimentaria que afecta al mundo.
Según cifras de la FAO, tres quintas partes de la población en los 61 países más pobres perciben solo el 6% del ingreso mundial[11]. Estas