Bertha Consiglieri
Todos aprendemos, con el tiempo, que la vida tiene un término. Pero hay finales que se nos hacen mucho más difíciles de aceptar. Me acaba de pasar con Bertha. No termino de creer que la próxima vez que ingrese a CEPES no podré encontrarme con su voz ronca y sus reniegos contra el mundo, su ligera cojera, su olor a cigarro, sus manos que completaban sus palabras tocándome en los brazos. Me cuesta mucho pensar que no podrá estar nunca más al otro lado del teléfono, hablando interminablemente de sus nuevas investigaciones sobre los propietarios del agro.
Como dice Fernando, todos la habíamos visto decaer físicamente como si estuviera yéndose de nosotros. Pero como era tan fuerte en su intelecto nos parecía más viva que nunca. Y uno tiende a creer en la inmortalidad de las ideas. Un corazón cansado se la estaba llevando, seguramente porque había sido exigido más de la cuenta. Pero ella seguía regalándolo a los campesinos, a su país, a sus amigos, y no supimos decirle que se detuviera, porque la necesitábamos mucho más tiempo. Yo tengo tantos recuerdos con esta mujer inolvidable que tengo miedo a mis noches de estos días que es cuando más me resisto a admitir lo que ha pasado. Pienso en la Universidad de San Marcos, primer año de letras; en el CEPES; en la revista Amauta; en el local del partido; en la célula campesina, en Cusco, Puno, Ayacucho; en los congresos de la CCP; en la marcha del año 98, contra re-reelección de Fujimori, en la que sin darnos cuenta concluimos en el patio de Palacio de Gobierno; en el Congreso de IU en Huampaní; y me siento abrumado porque me siguen llegando imágenes inagotables.
Tengo un consuelo. Desde hace algunos años organicé un santoral de mis muertos buenos, que me confirman el sentido más profundo de la vida que es el de compartir un tiempo entre personas que valen la pena. Bertha tiene ahora un lugar de preferencia en ese espacio. Cuando logre ordenar mis sentimientos ella estará allí haciéndome sentir orgulloso de haberla conocido.