Nos recetan lo que no hicieron

2004-04-29 00:00:00

A
raíz de los tratados de libre comercio que se quieren
implantar en América Latina, ya sea en forma bilateral o
multilateral como el Área de Libre Comercio de las Américas
(ALCA), el gobierno colombiano y en general todos los gobiernos
seguidores de las políticas neoliberales han argumentado que
éstos son necesarios porque el mercado interno es demasiado
estrecho y que las exportaciones son la única fuente de
crecimiento económico. Además han insistido en las
virtudes de la inversión extranjera. La política que se
aplica en consecuencia es adoptar, por medio de tratados o en forma
unilateral, medidas dirigidas a estimular la Inversión
Extranjera Directa, IED, y fomentar las exportaciones. Ultimamente
han traido a colación la experiencia de Corea y de algunos
países que han tenido procesos acelerados de crecimiento en
relativamente corto tiempo, el presente artículo se examinan
algunas experiencias históricas en esta materia con la
finalidad de demostrar las falacias de la argumentación
oficial. Deslinde
Como
los países desarrollados llegaron a serlo
Los
principales hechos históricos con respecto al proceso de
desarrollo e industrialización de diversos países con
anterioridad a 1920 son aceptados por todos los estudiosos del tema.
La industrialización dio un impulso sin precedentes al
comercio, al desarrollo tecnológico, a la división del
trabajo y significó el cese de la producción en el seno
de los hogares, que en su momento se llamó producción a
domicilio. Se reemplazaron las formas artesanales por las fábricas
como unidades básicas de producción y ellas, al
comienzo con la industria textil, encontraron de inmediato un mercado
interno conformado por los antiguos productores domésticos
convertidos en asalariados quienes habitaban en las incipientes
ciudades modernas de Europa Occidental. La industrialización
revolucionó la economía mundial y constituyó la
base sobre la cual los países desarrollados edificaron su
poderío durante el Siglo XIX.
Esa
fue la experiencia inicial de Inglaterra, cuna del capitalismo. País
que una vez saturado su mercado interno de textiles abrió,
recurriendo a la fuerza, mercados adicionales para sus productos,
previa destrucción de la producción artesanal de
textiles en su colonia, India.
El
Estado jugó un papel vital en el desarrollo de la industria
inglesa, incluyendo desde un principio la protección, visible
en el hecho de que los textiles procedentes de los talleres
semifeudales de Calcuta fueron fuertemente gravados para no permitir
su entrada a Inglaterra. Entre 1721 y 1846 Inglaterra utilizó
ampliamente la protección aduanera y la reducción de
tarifas para los insumos destinados a las exportaciones.
Los
países que siguieron a Inglaterra en el proceso de desarrollo
capitalista tales como Alemania, Francia y Estados Unidos
coincidieron en mantener fuertes políticas proteccionistas que
significaron concentrar en su mercado la fuente principal de
desarrollo industrial. Esto fue así a pesar de que, en
especial en Estados Unidos, se ha cultivado una retórica que
atribuye su éxito económico al libre mercado y a la
supuesta ausencia del Estado en materia económica.
Desde
el primer secretario del Tesoro de Estados Unidos, y futuro
presidente, Alexander Hamilton quien afirmó que su país
no podía competir con Inglaterra en términos de
igualdad, y que debería poner en vigor medidas proteccionistas
y favorables al desarrollo tecnológico, hasta el presente, el
desarrollo industrial de Estados Unidos se ha caracterizado por la
protección y el apoyo a la industria. El famoso economista
alemán Fredrick List, considerado padre de la moderna teoría
del proteccionismo, se basó ante todo en la experiencia
norteamericana, la cual conoció en 1820. La posición
norteamericana fue magistralmente profetizada por Ulisses Grant,
héroe de la Guerra de Secesión y presidente
norteamericano de 1868 a 1876, al afirmar: “Durante siglos
Inglaterra se apoyó en la protección, la practicó
hasta límites extremos, y logró resultados
satisfactorios. Luego de dos siglos, consideró mejor adoptar
el libre cambio, pues piensa que la protección ya no tiene
futuro. Muy bien, señores, el conocimiento que yo tengo de
nuestro país me lleva a pensar que, en 200 años, cuando
Estados Unidos haya sacado de la protección todo lo que ella
puede darle, también adoptará el libre cambio”.[i]
Actualmente
las cuotas de importación, las leyes antidumping y la reciente
protección a la industria del acero son muestra de ello.
Todavía
hoy, en pleno auge del neoliberalismo, el mercado interno sigue
siendo la principal base de crecimiento de los países más
avanzados. La prueba de ello es que, por ejemplo, en Estados Unidos
el comercio exterior apenas representa entre un 5 y un 10 por ciento
del Producto Interno Bruto (PIB), en Japón, potencia
exportadora, el 10 por ciento, en Francia y Gran Bretaña el 20
por ciento y en Alemania el 30 por ciento, con lo cual la inmensa
mayoría de la producción y actividad económica
de estos países se dirige hacia su mercado interno.
Paradójicamente han sido precisamente los países más
atrasados los que exportan la mayor parte de su PIB.
Del
Japón casi no es necesario hablar porque su historial como
país que se desarrolló con un celoso proteccionismo es
un hecho sumamente conocido y jamás controvertido, ni siquiera
por el más absurdo pensamiento neoliberal. Tampoco ha sido
refutado el hecho de que en los periodos claves de la
industrialización japonesa estaba prohibida la inversión
extranjera y que el gobierno japonés, supremo artífice
del desarrollo, diversificaba muy cuidadosamente las fuentes de
endeudamiento, importación de tecnología e importación
de mano de obra calificada para no depender de una sola fuente.
Tampoco los patrones de consumo occidental se impusieron, de forma
que “en 1920, es decir 50 años después del
despegue industrial, en el Japón sólo el 3% del consumo
estaba representado por bienes importados”.[ii]
Entre 1868 y 1914 el Estado japonés creó nuevas
empresas, muchas de las cuales operaban con pérdidas, invirtió
directamente en varios sectores, importó y adaptó
tecnologías a las condiciones locales y contribuyó con
el 40% de toda la inversión durante ese período.[iii]
La
experiencia de la Unión Soviética también es
ampliamente conocida. Se desarrolló casi de manera aislada,
con la máxima dirección estatal, control de precios,
planes quinquenales y se convirtió en potencia mundial entre
1920 y 1950[iv].
Otro tanto ocurrió en China entre 1950 y 1978, la cual en
pocos años pasó del semifeudalismo a conformar una
nación medianamente industrializada que lleva 50 años
creciendo a más del 5% anual y que, a pesar de su éxito
exportador, tiene como la fuente más dinámica de su
crecimiento su propio mercado interno.
En
lo que respecta al desarrollo agrario, la historia es más
evidente aun. No existe ninguna potencia exportadora de productos
agrícolas que haya abierto totalmente su mercado o que haya
renunciado a otorgar millonarios subsidios al agro, como lo demuestra
palpablemente el enfrentamiento que han sostenido Estados Unidos y la
Unión Europea durante los últimos diez años en
el seno de la Organización Mundial del Comercio, OMC. Los
países que tienen una alta productividad agrícola
llegaron a esta situación por medio de un apoyo financiero del
Estado y una protección de sus mercados, hasta el punto de
considerar este tema asunto de seguridad nacional.
Los
nuevos países industrializados protegieron su economía
y fortalecieron el mercado interno
Una
serie de países iniciaron el Siglo XX en condiciones
coloniales, semicoloniales y de enorme atraso y dependencia
económica. Algunos de ellos tuvieron en la segunda mitad del
siglo avances espectaculares que permitieron llamarlos Nuevos Países
Industrializados (NIC, por sus siglas en inglés). Varios de
estos países han sido tomados como modelo de desarrollo para
América Latina e incluso algunos en esta región, han
gozado, en ciertos periodos, de momentos de relativa expansión
industrial y desarrollo económico. Las lecciones de estas
experiencias se han usado para ponderar las virtudes de la Inversión
Extranjera Directa (IED) y de las exportaciones como motor del
crecimiento o del desarrollo.
La
mayor parte de la IED a nivel global se concentra en los países
industrialmente avanzados. Por ejemplo, en 1991 de US $150 mil
millones en IED más de dos terceras partes se invirtieron en
los países avanzados y en 2002 de US $534 mil millones que
representó la IED a nivel mundial, US $349 mil millones fueron
a los países desarrollados.[v]
La IED en países de la periferia ha sido minoritaria durante
los últimos 100 años. Cuando ha ocurrido en volúmenes
apreciables se ha debido a factores muy específicos, por
ejemplo: la necesidad de una transnacional de penetrar un mercado
protegido por políticas estatales, como fue el caso de la
producción de automóviles en Brasil a partir de los
cincuenta. O porque en los países avanzados se presentan
obstáculos para incrementar las ganancias por medio de
innovaciones tecnológicas en algún sector. O cuando hay
oleadas de privatizaciones en el Tercer Mundo, como fue el caso de
América Latina en los noventa. O cuando las crisis de los
países del centro les obligan a buscar tasas de ganancia
extraordinarias en el Tercer Mundo para compensar las pérdidas
en sus mercados domésticos.[vi]
En
esta situación encontramos IED desplazándose a varias
regiones del Tercer Mundo, principalmente aquellas en las cuales
además de mano de obra barata existen sistemas adecuados de
comunicaciones, infraestructura apropiada, personal calificado,
proximidad a mercados o fuentes abundantes de materias primas
estratégicas, como es el caso del petróleo. Varios de
estos elementos se encontraban disponibles en ciertos países
asiáticos desde los años sesenta en adelante.
De
la política de Sustitución de Importaciones puesta en
práctica en América Latina durante varias décadas
no es necesario en este momento detallar mucho. No hay duda que la
idea detrás de esa política era la del desarrollo en
base al mercado interno o a mercados subregionales. Muchas
multinacionales aprovecharon esta situación para instalar
plantas y apoderarse de esos mercados relativamente protegidos, pero
a pesar de sus limitaciones y comparada con la política
actual, hubo mayor crecimiento económico.
La
llamada “estrechez” del mercado interno en América
Latina ha sido la punta de lanza de los neoliberales para declarar la
inutilidad de dicho modelo. El meollo de la discusión puede
reducirse a esto: toda la historia del desarrollo económico se
hizo en base a la utilización de un mercado interno protegido.
Los neoliberales insisten que hay una experiencia, una excepción,
la de algunos países de Asia que es distinta, basándose
en la producción para la exportación, y que éste
es el modelo a copiar en América Latina. Por tanto, es preciso
examinar la realidad histórica del desarrollo de los famosos
Dragones Asiáticos.
Tres
mitos sobre los Dragones
Los
llamados Dragones fueron Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y
Singapur. Sobre ellos existen unos mitos, propalados a veces por
ignorancia y a menudo deliberadamente. Esos mitos son los siguientes:
que el éxito económico, industrial y exportador de esos
países se debió a una total apertura al comercio
internacional, a la ausencia o mínima presencia del Estado, y
a la contribución decisiva de una abundante inversión
extranjera directa. Estos mitos contradicen la realidad.
Antes
que nada es necesario precisar importantes diferencias entre estos
países: Hong Kong y Singapur no son precisamente países,
sino una forma de ciudades-Estado que carecen casi absolutamente de
agricultura, abarcando cada uno apenas mil kilómetros
cuadrados de superficie, por lo cual puede resultar peligroso hacer
generalizaciones para América Latina basadas en tan
excepcionales circunstancias. Los otros dos, Corea del Sur y Taiwán,
se asemejan más a los países de América Latina.
En 1976, durante el apogeo de su auge industrial y exportador, la
proporción del producto bruto generado en su sector agrícola
era superior al de México y Brasil: mientras que en Corea
representaba 27% y en Taiwán 12%, en Brasil apenas era 8% y en
México 10%. Situación explicable, ya que en los años
anteriores los “dragones” habían vivido profundas
revoluciones agrarias, cuando Japón –que sufría
escasez de productos agrícolas– promovió altas
tasas de crecimiento en esos países, bajo su dominio colonial.
Después de 1945 en ellos se realizaron reformas agrarias que,
por ejemplo, prohibían poseer más de 3 hectáreas
y en las cuales el Estado tenía el monopolio de compra del
arroz y de venta de los abonos para el agro, extrayendo los gobiernos
importantes ganancias de estas operaciones y aplicándolas al
desarrollo industrial.
Corea
del Sur y Taiwán son países relativamente pequeños,
Corea 90.000 km. cuadrados y Taiwán 36.000, con una población
de 36 y 16 millones de habitantes respectivamente en 1976. Pero, por
ejemplo, en 1940 Corea ya tenía 500.000 trabajadores en el
sector industrial y cerca de 6.000 ingenieros.
En
los años sesenta y setenta todos estos países mostraron
un alto crecimiento de su producto bruto, la producción
industrial y las exportaciones. En el caso de Corea el producto del
sector industrial subió del 5% del producto nacional en 1954
hasta el 32% en 1978. Se puso en marcha una estrategia de
industrialización para la exportación, la cual dependió
en gran medida de un contenido elevado de importaciones. Se
importaban bienes intermedios y de capital, y se exportaban bienes de
consumo, pero en todo caso eran exportaciones de alto valor agregado.
Por eso hay que tomar notar que en el caso de Corea durante las dos
décadas (60 y 70) se presentó una balanza comercial
sistemáticamente deficitaria. Esto se ha ocultado en
parte por el hecho de que Corea mantenía un superávit
con Estados Unidos, no así con Japón y con Europa.
Pero
lo más notable era el pa